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La escritura robótica: cómo reconocer (y evitar) los vicios de la inteligencia artificial

Hay algo que salta a la vista cuando leés ciertos textos en redes sociales. Una sensación extraña, difícil de explicar al principio: todo suena correcto, las palabras están en su lugar, pero algo se siente como forzado o carente de verdaderas emociones. Es como escuchar a alguien hablar con un acento impostado. Y entonces cae la ficha: ahí estuvo ChatGPT, dejando su firma invisible. 

Un autor español, Amaiur González, acaba de publicar un análisis certero sobre este fenómeno. No se trata de demonizar la herramienta —él mismo confiesa haber experimentado con ella para uno de sus artículos—, sino de entender sus límites y, sobre todo, sus patrones. Porque la inteligencia artificial, por más sofisticada que sea, todavía arrastra tics, muletillas propias que la delatan. 

Lo curioso es que funcionó. Ese texto híbrido, mitad humano y mitad máquina, recibió comentarios elogiosos de sus lectores habituales. Nadie notó nada raro. Hasta un detractor confeso de la tecnología lo felicitó. Pero el ejercicio dejó una pregunta en el aire: ¿qué pasa cuando la línea entre autor y herramienta se vuelve tan difusa? 

El autor enumera doce señales que delatan la intervención automática. La primera y más obvia: el vocabulario limitado. Palabras como "clave", "crucial", "enfoque", "poderoso" aparecen una y otra vez, como si el algoritmo tuviera una paleta de colores reducida. También esas frases hechas que empiezan con "en un mundo cada vez más..." o "¿alguna vez te preguntaste...?". Recursos gastados que cualquier editor humano descartaría en la segunda revisión. 



Después están las líneas divisorias. Esos separadores horizontales que cortan el texto sin necesidad real, como si la máquina necesitara respirar visualmente. O la ausencia sistemática de artículos: "ampliar equipo" en lugar de "ampliar el equipo". Suena telegráfico, artificial, como si alguien hubiera olvidado que escribir también es ritmo. 

Pero lo que más irrita al autor son las frases binarias. Esa estructura del tipo "no es esto, sino esto otro" que aparece hasta en la sopa. "No es fantasía, sino realidad brutal." "No es humo, es valor real." La contraposición forzada, el golpe de efecto calculado. A veces funciona, claro. Pero cuando se repite hasta el cansancio, el recurso pierde toda su fuerza.

Hay más: la triple negación ("No llegó respuesta. Ni un mensaje. Ni una llamada"), el uso obsesivo del guion largo en lugar del paréntesis, las aclaraciones redundantes ("lo que llaman 'enfoque centrado en el cliente'"), los conectores previsibles ("en definitiva", "cabe destacar"). Y la famosa regla de tres: todo agrupado de a tres elementos para que suene más redondo. "Rápido, confiable, escalable." "Simple, útil, poderoso." Funciona en comedía, pero abusarlo mata cualquier texto. El problema no es usar estas herramientas. 

El problema es delegar el pensamiento por completo. Y acá viene lo más interesante: un estudio reciente del MIT Media Lab midió la actividad cerebral de personas que escribían con y sin ChatGPT. Los resultados fueron contundentes. Quienes usaban la herramienta desde el arranque producían textos más prolijos, sí, pero su cerebro mostraba hasta un 55% menos de activación en las áreas relacionadas con la memoria, la atención y el lenguaje. 



Peor aún: muchos no reconocían después lo que habían escrito. Algunos atribuían como propios textos ajenos. Los investigadores lo bautizaron "deuda cognitiva". Es decir: delegás el esfuerzo ahora, pero lo pagás caro después. Perdés memoria de lo que escribiste, comprensión de lo que dijiste, capacidad para generar ideas propias la próxima vez.

Sin embargo —y esto es clave— el estudio también demostró que quienes empezaban a pensar por cuenta propia, estructuraban sus ideas, hacían un borrador básico y recién después consultaban la IA, no solo mantenían su rendimiento cognitivo intacto: lo potenciaban. La máquina funcionaba entonces como amplificador, no como sustituto. 

El autor cierra con un ejemplo brutal: la introducción de un anuncio real que encontró en Instagram. "¿Sabes qué significa ser Top Voice? No es un título bonito, es el reconocimiento de que tu voz genera impacto. Y eso no se compra, se trabaja." Frases binarias, palabras clave repetidas, estructura previsible. Todo el manual del texto robótico en tres líneas. 

La lección es simple pero difícil de aplicar: pensá primero, colaborá después. La inteligencia artificial puede ser una aliada formidable si sabés usarla. Pero si le entregás las riendas desde el vamos, te convertís en un mero administrador de resultados ajenos. Y eso, tarde o temprano, se nota.