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"Heated Rivalry", cuando el hockey se vuelve íntimo (y ardiente)

Hay series que llegan sin avisar y te descolocan por completo. Heated Rivalry es una de esas. La nueva producción de HBO Max aterrizó en las plataformas de streaming hace apenas unos días y ya es el tema de conversación en redes sociales. No es para menos: estamos hablando de dos jugadores de hockey profesionales, rivales sobre el hielo, que se embarcan en un romance clandestino tan apasionado como complicado. 

La serie tiene todo lo que esperarías de una comedia romántica clásica — la tensión, los malentendidos, esa química que te hace gritar a la pantalla — pero con un giro fundamental: aquí no hay pantalones, no hay censura, no hay cortes a negro justo cuando las cosas se ponen interesantes. Y eso, créeme, cambia todo. 

Shane Hollander (interpretado por Hudson Williams) es el canadiense educado, criado por padres helicóptero que diseñaron su vida para el éxito deportivo. Ilya Rozanov (Connor Storrie) viene de Rusia, tiene un exterior más áspero y le encanta provocar. Son el agua y el aceite. Excepto que... bueno, resulta que entre ellos hay un calor que derrite el hielo de cualquier pista. 




De las páginas a la pantalla


Antes de convertirse en fenómeno televisivo, Heated Rivalry fue una novela romántica escrita por Rachel Reid. Forma parte de su serie Game Changer, publicada en 2019, y ya tenía una base de lectores devotos cuando Jacob Tierney decidió adaptarla. Lo curioso es que Tierney le escribió a Reid por Instagram en 2023 para contarle que amaba sus libros — justo la misma semana en que a él le diagnosticaron Parkinson. La vida tiene esas ironías extrañas. 

El paralelo con la realidad es imposible de ignorar. En el hockey profesional, salir del armario sigue siendo una rareza. Es un deporte hipermasculino donde la vulnerabilidad no tiene mucho espacio, donde los jugadores se estrellan contra las paredes del estadio y después se dan palmadas en el casco como si nada. La serie no esquiva esta realidad — la abraza y la usa como columna vertebral del conflicto. Shane e Ilya no solo luchan contra sus sentimientos; luchan contra un mundo que todavía no sabe qué hacer con dos tipos como ellos. 



La trama: más que solo sexo (aunque hay bastante)


Los primeros episodios te sumergen directo en la relación entre Shane e Ilya. Se encuentran, se atraen, se acuestan — y después no saben muy bien cómo ponerle nombre a lo que tienen. No son novios. No son solo amigos con beneficios. Están atrapados en un limbo emocional que la serie explora sin apuro. 

Lo interesante es que Heated Rivalry no te deja entrar fácil en la cabeza de estos personajes. No hay monólogos internos ni confesiones a cámara. Shane borra mensajes anhelantes antes de enviarlos. Ilya pone cara de desilusión cuando alguien más intenta seducirlo. Todo está en los gestos, en las miradas, en cómo la cámara se demora en sus rostros. Es frustrante a veces — quieres gritarles que se digan lo que sienten — pero también es muy real. 

El tercer episodio rompe con todo. De repente la serie abandona a sus protagonistas y se centra en Scott Hunter, un compañero de equipo de Shane que se enamora de Kip, un chico que trabaja en una tienda de batidos. Estos dos sí que hablan de sus sentimientos. Se mudan juntos, cocinan juntos, se dicen "te amo" sin filtros. Es todo lo que Shane e Ilya no pueden permitirse — y por eso funciona. El episodio se convierte en un espejo que refleja lo que la pareja principal desea pero no puede alcanzar todavía. 




Actuación y técnica: el detalle está en lo físico


 Hudson Williams y Connor Storrie cargan con mucho peso sobre sus hombros. Sin diálogos explicativos, sin narración en off, tienen que transmitir todo a través del cuerpo y la mirada. Storrie sale mejor parado — su Ilya es más transparente, más expresivo. Williams tiene un desafío mayor con Shane, un personaje que pasa la mitad del tiempo en modo ceñudo. 

La dirección compensa estas limitaciones con decisiones visuales inteligentes. En el primer episodio, las escenas íntimas se filman en planos completos, con pocos cortes, enfatizando lo físico por sobre lo emocional. Para el segundo, la cinematografía cambia: introduce fundidos a negro en medio del acto sexual, creando una sensación de vértigo, de estar abrumado. Es sutil pero efectivo. 

Y hablemos claro: el sexo en pantalla no es decorativo. No es gratuito. Es parte esencial de cómo estos personajes se comunican. Se envían mensajes (Shane es malísimo en eso), se provocan, negocian límites, hablan sucio. Es intimidad cruda y honesta — algo que las series con parejas heterosexuales rara vez se animan a mostrar con tanta libertad. 



Faltan tres episodios para un final feliz


La serie tiene en el tintero tres nuevos capítulos para estrenar en las próximas semanas. Heated Rivalry llega en un momento particular. Carga con el peso de representar historias queer en un género — el romance deportivo — que todavía se considera nicho. Hay quienes la reducen a "el programa de hockey gay", como si eso fuera todo lo que hay que decir. Pero sería injusto. La serie habla de deseo, sí, pero también de miedo, de soledad, de lo difícil que es mostrarse tal como sos cuando el mundo espera otra cosa. 

No es perfecta. A veces tropieza con sus propias limitaciones — personajes que gruñen más de lo que hablan, saltos temporales confusos, escenas donde querés más profundidad emocional. Pero tiene algo que muchas otras series no: coraje. El coraje de mostrarte dos tipos que se quieren sin pedir permiso, sin suavizar los bordes, sin hacer que todo sea cómodo y aceptable para la audiencia. 

Al final del día, Heated Rivalry es una serie romántica. Y como toda buena historia de amor, te deja con ganas de que los protagonistas encuentren su final feliz — ese en el que puedan amarse sin esconderse, sin mirar por encima del hombro. Todavía no llegamos ahí. Pero la promesa está. Y vale la pena esperar.