Bueno, bueno, bueno. Agarrensé de las butacas, pibes, porque la Parca volvió a hacer de las suyas. Sí, leyeron bien: Destino Final está de regreso con su sexta entrega, titulada acá en la Argentina como Destino Final: Lazos de Sangre. Catorce años, ¡catorce!, tuvimos que esperar para que esta saga de terror, que ya es casi un clásico de los 2000, nos trajera de nuevo su particular menú de muertes aparatosas y destinos ineludibles. La película ya está en los cines desde el pasado jueves 15 de mayo, y la pregunta que nos hacemos todos es: ¿valió la pena la espera o es otro refrito para juntar unos mangos?
La premisa, ya la conocemos de memoria, ¿no? Un grupete de jóvenes zafa de una catástrofe gracias a una premonición, pero la Huesuda, que es rencorosa como pocas, no se queda de brazos cruzados y empieza a cazarlos uno por uno con accidentes que parecen sacados de la mente más retorcida y, seamos sinceros, a veces hilarante. Esta vez, los directores Zach Lipovsky y Adam Stein intentan darle una lavada de cara a la franquicia, buscando ese equilibrio jodido entre honrar lo que la hizo grande y no dormirnos en los laureles. Y ojo, que grande fue: más de 657 palos verdes recaudó en todo el mundo desde que arrancó allá por el 2000. Un numerito, ¿eh?
Seamos honestos, Destino Final es una saga que, después de dos décadas y pico, difícilmente nos vuele la peluca con sorpresas argumentales. Hemos visto muertes tan enrevesadas que uno se pregunta si la Parca no hizo un posgrado en ingeniería inversa. Al principio, nos dejaban con el corazón en la garganta, pero a esta altura, más de una nos arranca una carcajada. Y no lo digo como algo malo, ¡eh! La propia saga entendió el juego y se metió de lleno en ese tono que coquetea entre lo macabro y lo ridículo, moviéndose con una cintura envidiable entre el slasher y la comedia negra. Acá no hay asesinos con máscara ni psicópatas inmortales. El villano es la Muerte, así, con mayúsculas. Y ya la conocemos, sabemos que va a venir, que se las va a ingeniar para cobrarse su deuda, y sin embargo, ahí estamos, clavados en el asiento, esperando ver el nuevo quilombo que arma.
Lo curioso de Destino Final: Lazos de Sangre es que, a pesar de que la fórmula está más gastada que suela de zapato de cartero, se las arregla para que sintamos que hay algo nuevo en el aire. Y eso, créanme, ya es un montón. No voy a decir que reinventa la pólvora, ni mucho menos, pero se nota una intención clara de no darnos exactamente la misma milanesa recalentada. Hay reglas nuevas, giros que te dejan pensando, e incluso personajes que parecen estar jugando a las escondidas con la Parca con un poquito más de astucia. A ratos, el planteo se tambalea, sí, pero la jugada no les sale del todo mal.
Porque, tampoco nos engañemos: esto sigue siendo una película de Destino Final. Sabemos a lo que vamos, y en ese sentido, creo que cumple. ¿Muertes imposibles? Obvio, no pueden faltar. ¿Casualidades encadenadas que rayan lo absurdo? ¡Pero por supuesto! Pero dentro de todo ese caos orquestado, esta entrega nos regala algunas de las muertes mejor filmadas de toda la saga. Se agradece, che, especialmente después del formato 3D que envejeció como el vino picado y que nos dejó un sabor amargo en la cuarta y quinta película. Acá, por fin, hay más laburo en la puesta en escena. Visualmente está más cuidada y, aunque el guion no vaya a ganar ningún Oscar, se las apaña para mantenernos entretenidos durante todo el metraje. Y al final, eso es lo que uno busca con esta saga: pasar un buen rato, reírse con nerviosismo y salir del cine comentando cuál fue “la muerte más zarpada”. En ese sentido, Lazos de Sangre es una experiencia bastante satisfactoria. Ni más, ni menos.
Y hablando de perlitas para los fanáticos, esta sexta entrega viene cargadita de guiños y conexiones con el universo Destino Final. Por ejemplo, la moneda de la visión de Iris, la nueva protagonista con el don (o maldición) de ver el futuro, es de un centavo con la cara de Abraham Lincoln. ¿Les suena? En Destino Final 3, Wendy nos mostraba una foto de Lincoln con una raya en el pelo, una premonición del balazo que terminaría con su vida. Un detalle que los más fierreros de la saga van a pescar al toque.
Otro detalle es la premonición original de Iris, que arranca cuando se lastima el dedo con una rosa. Esta es una especie de tradición macabra: Sam, en la quinta, se cortaba el pulgar antes de su visión. Y sigan sumando: el auto de Paul, al principio, tiene una patente que dice "FL8-18E", que en inglés suena muy parecido a "Flight 180", el vuelo maldito de la primera película. ¡Hasta la doble de riesgo Ivet Ferguson, de 71 pirulos, volvió del retiro para prenderse fuego en una escena, marcando un récord!
Los cruces no terminan ahí. El personaje de Charlie es interpretado por Theo Briones, a quien vimos en la serie Chucky. Y acá viene lo bueno: el padre de su personaje en esa serie es Devon Sawa, ¡el mismísimo Alex de la Destino Final original! Para los que se fijan en todo, Eric, uno de los que están en la lista de la Parca, tiene un tatuaje de una calavera gigante en el pecho que resalta más cuando muere en el hospital, atravesado por barras de hierro de una máquina de resonancia magnética, una imagen calcada al póster de Destino Final 5. Y si hablamos de homenajes, la pared donde Stephanie pega recortes de diario para investigar es muy similar a la que tenía Claire en Destino Final 2. Hasta el nombre del hospital donde trabaja el amigo de Iris, "Claire River", es un claro homenaje a la protagonista de la primera entrega, que, para más inri, muere en un hospital en la segunda.
Visualmente, hay muertes que recuerdan a otras: un tipo atrapado en un ascensor que es destrozado nos trae a la memoria la decapitación de Nora en la segunda. Incluso la música tiene su juego: durante un desastre, suena "Raindrops Keep Falling on My Head", y poco después, literalmente, llueven cadáveres. ¡Un humor negro que se agradece!
Esta entrega también se anima a cambiar un poco las reglas: Iris logra evitar la catástrofe inicial completa, salvando a cientos de personas, algo que solo Nick había logrado en la cuarta parte. Esto plantea un escenario interesante: la Muerte ahora tiene una lista mucho más larga y años para cobrarse sus deudas, afectando incluso a futuras generaciones.
En fin, Destino Final: Lazos de Sangre no viene a revolucionar el cine de terror, pero se la banca como una entrega digna dentro de una saga que ya tiene su propio culto. Sigue siendo esa propuesta que te hace saltar en la butaca y, al mismo tiempo, te saca una sonrisa cómplice. Si sos de los que disfrutan de este juego macabro y de buscar los mil y un detalles que conectan las películas, le vas a encontrar el gustito. Para el resto, es una buena excusa para comer pochoclo y ver cómo la creatividad de la Muerte no tiene límites. Y sí, aunque la fórmula canse un poco, ahí estamos, firmes, porque en el fondo nos gusta este quilombo. Ya es casi una tradición.