En la cartelera porteña, donde abundan las grandes producciones, a veces se agradecen propuestas más íntimas y directas. “Caras de una misma moneda”, que se presenta los domingos a las 18hs, en NÜN Teatro (Juan Ramirez de Velasco 419), es una de esas obras. Se trata de un musical de cámara que aborda un tema tan actual como universal: la grieta, esa polarización que no solo vemos en la política, sino también en la mesa familiar.
La obra nos presenta a dos hermanos, Lisandro y Máxima, que se reencuentran después de mucho tiempo para vender la casa que heredaron. La excusa es un trámite, pero el verdadero motor de la historia es el choque inevitable entre sus personalidades. La dramaturga y directora, Tais Soifer, plantea un conflicto claro desde el primer minuto. Lisandro, interpretado por Federico Accorinti, es el artista bohemio, que vive al día y desconfía de las estructuras. Máxima, en la piel de Sofía Mallol, es su contraparte exacta: una abogada corporativa, pragmática y apegada a las reglas.
La dirección de Soifer es funcional y no busca artilugios innecesarios. La puesta es despojada, con pocos elementos, lo que obliga a que toda la atención recaiga sobre los dos actores. Esta decisión es acertada, ya que el fuerte de la obra es, precisamente, el duelo actoral y el texto. Accorinti y Mallol sostienen la hora y pico de función con un trabajo comprometido. Logran que la dinámica entre hermanos se sienta creíble, pasando de la ironía y el reproche a momentos de una vulnerabilidad que conectan con el espectador. Cualquiera que tenga un hermano o un familiar con quien se saca chispas reconocerá algo de verdad en sus discusiones.
Si bien la representación de los dos polos –el soñador versus la pragmática– es efectiva, por momentos roza lo arquetípico. Uno podría prever con cierta facilidad sus reacciones frente al conflicto central: el hallazgo de un viejo libro de la abuela. Para él, un tesoro sentimental; para ella, un objeto con valor de reventa. Es una metáfora clara, quizás demasiado directa, sobre las distintas formas de valorar la vida y los recuerdos.
Las canciones, compuestas por el propio Accorinti, se integran de manera orgánica en la trama. No son grandes números musicales que interrumpen la acción, sino más bien pensamientos en voz alta que ayudan a entender el mundo interior de cada personaje. Las coreografías de Mallol siguen la misma línea: son movimientos sencillos que expresan el conflicto y la distancia entre ellos, más que pasos de baile elaborados.
El nudo de la obra se resuelve de una forma que apela al azar, una salida un tanto simbólica para un conflicto tan terrenal. Sin embargo, el mensaje final queda claro. Más allá de quién tiene razón o de qué postura es la “correcta”, la obra sugiere que la única salida posible es encontrar un punto de encuentro, o al menos, aceptar la convivencia a pesar de las diferencias.
En resumen, “Caras de una misma moneda” es una obra honesta y sin pretensiones. No busca deslumbrar con una producción espectacular, sino contar una historia cercana y emotiva que funcione como un espejo de nuestros propios vínculos. Es una propuesta correcta, bien defendida por sus actores, que cumple con su objetivo de hacer reflexionar sobre la tolerancia y la complejidad de los lazos familiares. Una opción recomendable para quien busque en el teatro una historia con la que pueda sentirse identificado.