Hay obras que te sientan bien. Que te sacuden un poco por dentro sin hacer ruido, sin golpearte la cabeza con discursos pesados. "La épica de lo desconocido" es de esas. Un musical que cierra en noviembre después de varios meses en Ítaca Complejo Teatral, allá por Humahuaca 4027, y que merece más que una simple reseña. Merece una conversación.
Nicolás Manasseri —el creador, director y alma de este proyecto— armó algo raro y hermoso a la vez. Un espectáculo que combina humor, música en vivo, coreografías y una pregunta que nos atraviesa a todos: ¿qué pasaría si pudiéramos borrar el pasado? ¿Seríamos más felices? ¿O nos convertiríamos en fantasmas de nosotros mismos?
La obra no te da respuestas fáciles. Tampoco te subestima. Te invita a meterte en un viaje sensorial donde el tiempo es literal: un personaje-árbol con ramas en el cuello, los recuerdos se visten de colores imposibles y la memoria se convierte en algo que podés tocar, cantar, bailar.

Un espejo de nuestra época (y de nuestra angustia)
Manasseri no eligió este tema de casualidad. Vivimos en una era donde el pasado pesa. Donde las redes sociales nos recuerdan cada cumpleaños, cada foto vieja, cada versión anterior de nosotros mismos. Y a veces... a veces uno querría apretar "borrar" y empezar de cero.
La obra nace de esa tensión contemporánea entre memoria y olvido, entre aferrarse a lo que fuimos y soltar para poder ser. Es una propuesta que dialoga con nuestro presente sin ponerse solemne, sin caer en la trampa del teatro "importante" que te deja más dormido que reflexivo.
Y acá está lo interesante: Manasseri construye una estética surreal, casi onírica, para hablar de algo súper concreto. El escapismo. Esa fantasía de que si borráramos los dolores del pasado, todo sería más simple. Pero la obra no te vende esa ilusión... te la desarma con ternura.
La historia que no es una historia
El argumento suena a ciencia ficción indie: un joven toma un líquido especial (sí, literal) para regresar a su pasado y borrarlo. Quiere aquietar el sufrimiento. Quiere olvidar. Pero en ese viaje aparecen personajes alegóricos —el tiempo, los recuerdos enfrascados, las personas que lo habitaron— y todo se vuelve más complejo.
No esperes una narrativa lineal. Esto no es Netflix. Es teatro que respira de otra manera. Los personajes funcionan como espejos internos del protagonista: todas esas voces contradictorias que llevamos adentro, ese mosaico de identidades que construimos con lo que vivimos, con quienes conocimos, con lo que alguna vez sentimos.
La obra se pregunta (y nos pregunta): si no somos nuestro pasado... ¿qué somos? Y la paradoja es brutal: el pasado no nos define, pero tampoco podemos escapar de él. Es parte de nuestra historia, nos guste o no.
Actuaciones que brillan, música que abraza
El elenco —nueve personas en escena— funciona como un organismo vivo. Juan Manuel Besteiro, Christian Edelstein, Jazmín Fernández, Guadalupe Fiora, Flor Gotkin, Miguel Octavio Luna, Carolina Mainero, Marco Michienzi y Marian Morelli crean algo más grande que la suma de sus partes. Hay química, hay entrega, hay verdad escénica.
La música original de Manasseri —ejecutada en vivo— no es decorativa. Es estructura. Es emoción pura. La banda suena ajustada, las canciones son pegadizas sin ser obvias, y los arreglos vocales (a cargo de Manasseri y María Fernanda Provenzano) tienen una complejidad que sorprende.
Las coreografías de Provenzano funcionan en perfecta sincronía con la propuesta visual. No son adornos: son lenguaje. Y el vestuario (La Costurera Teatro y Provenzano) y la escenografía (PHEPANDÚ) crean ese universo colorido y surreal donde todo puede pasar.

El teatro que necesitamos
"La épica de lo desconocido" se despide de los escenarios porteños, y algo se va con ella. Una propuesta valiente que confía en la inteligencia del espectador. Que no subestima, que no explica de más, que deja espacio para la duda.
En un mundo obsesionado con el control, con curar todo rápido, con borrar lo que duele... esta obra nos recuerda algo simple y devastador: el pasado no se borra. Se integra. Se convierte en parte de lo que somos, incluso cuando no lo entendemos del todo.
Salís del teatro con preguntas. Con ganas de hablar. Con esa sensación extraña de haber vivido algo distinto, necesario. Y eso, en estos tiempos de arte previsible, es un regalo. Manasseri logró lo difícil: hacer un musical que piensa sin ser pretencioso, que emociona sin manipular, que divierte sin banalizar. Teatro vivo, teatro que respira, teatro que importa.
Y si todavía te quedan dudas... quedan dos domingos. Dos chances de meterte en ese viaje. De dejarte llevar por la música, por las voces, por esas preguntas que todos llevamos adentro pero pocas veces nos animamos a formular en voz alta. Porque al final —y esto la obra lo sabe bien— no se trata de borrar. Se trata de aprender a convivir con lo que fuimos para poder ser lo que somos.