Pampa Escarlata regresa este sábado 13 de septiembre a los escenarios porteños. Y es una noticia que celebro. Esta obra de Julián Cnochaert se ha convertido en una de esas raras piezas teatrales que combinan entretenimiento con reflexión profunda, sin caer en la solemnidad ni en la superficialidad. Las funciones son los sábados a las 21 hs, hasta principios de octubre, en el Centro Cultural Rojas, Corrientes 2038, CABA.
El espectáculo lleva cuatro temporadas en cartel. Un dato que habla por sí solo en el competitivo mundo del teatro independiente porteño. No es casualidad que haya ganado el premio María Guerrero 2022 y que fue parte de la programación del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
La trama transcurre en la Inglaterra del siglo XIX. Mildred Barren, una damisela de la alta sociedad, sueña con ser una pintora reconocida. Su profesor, el célebre Woodcock, le da un ultimátum: debe abandonar los paisajes y las naturalezas muertas en un mes o él dejará de enseñarle para siempre.
La joven cae en una depresión profunda. Su salvación llega de la mano de Isidra, su criada pampeana, quien le prepara una sopa con una receta ancestral argentina. Tras beberla, Mildred entra en un trance creativo que cambia todo.
Pero esta historia aparente de formación artística esconde capas más complejas. Cnochaert utiliza el siglo XIX inglés como espejo del presente argentino. Las preguntas que plantea resuenan hoy: ¿qué es el arte original? ¿quién legitima una obra? ¿de dónde nace el arte nacional?
El paralelo histórico no es sutil ni pretende serlo. La pampa escarlata del título evoca las tierras argentinas bañadas en sangre. El contraste entre la metrópoli inglesa y la periferia pampeana replica las tensiones coloniales que aún atraviesan nuestra cultura.
Julián Cnochaert demuestra una madurez sorprendente para un director joven en su ópera prima. Logra manejar un texto barroco y denso sin perder el ritmo ni abrumar al espectador. La obra fluye entre lo hilarante y lo siniestro con una precisión que pocas veces se ve en nuestros escenarios.
La puesta en escena es austera pero efectiva. Cada elemento tiene su función. No hay decorados innecesarios ni efectos gratuitos. El espacio se transforma con sutileza, permitiendo que el público viaje entre la aristocracia inglesa y la pampa argentina sin perder el hilo narrativo.
Lucía Adúriz como Mildred Barren entrega una actuación monumental. Su cuerpo se convierte en un instrumento de precisión milimétrica. Pasa del refinamiento aristocrático al frenesí creativo con una naturalidad pasmosa. Cada gesto, cada mirada, cada inflexión de voz está calculada pero nunca parece forzada.
Pablo Bronstein y Carolina Llargues completan un trío actoral sólido. Bronstein maneja los registros cómicos con inteligencia, evitando caer en la caricatura. Llargues encuentra la medida justa para un personaje que podría haberse vuelto estereotípico en manos menos hábiles.
Los tres actores dominan un texto complejo que combina diálogos realistas con pasajes casi operísticos. El contraste entre el inglés aristocrático y el criollo pampeano genera momentos de humor genuino, nunca forzado.
El diseño de sonido de Cecilia Castro merece una mención especial. Crea atmósferas sin recurrir a efectos obvios. La música acompaña sin invadir, sugiere sin explicar. La iluminación de Ricardo Sica juega con contrastes que refuerzan los cambios de tono de la obra. Los momentos íntimos se bañan en penumbras cálidas, mientras que el delirio creativo estalla en luces vibrantes.
El vestuario de Paola Delgado y la escenografía de Cecilia Zuvialde construyen un universo creíble con recursos limitados. La elegancia victoriana convive con elementos criollos sin que la mezcla resulte forzada.
Pampa Escarlata plantea preguntas incómodas sobre la cultura argentina. ¿Somos capaces de crear arte propio o solo podemos imitar? ¿Qué lugar ocupan las tradiciones populares frente al arte "culto"? ¿Cómo se construye la identidad artística de un país? Estas preguntas no reciben respuestas fáciles. Cnochaert prefiere la ambigüedad inteligente antes que las conclusiones moralizantes. Su obra funciona como un espejo que cada espectador interpreta desde su propia experiencia.
El teatro independiente porteño tiene en Pampa Escarlata una de sus mejores cartas de presentación. Es una obra que respeta la inteligencia del público sin sacrificar el entretenimiento. Una combinación rara y valiosa en estos tiempos.
La vuelta de esta obra a cartelera es una oportunidad para quienes no la vieron y una excusa perfecta para quienes quieren volver a experimentar su potencia. El teatro argentino necesita más propuestas como esta: valientes, inteligentes y profundas sin solemnidad.