Voy a ser honesto: cuando me enteré que Rosalía había pasado tres años encerrada haciendo un disco con orquestas sinfónicas y coros barrocos, y con producción de Björk, pensé: "bueno, es música para ella sola o una gran sorpresa en este perdido universo musical de hoy en día". Pero resulta que la catalana tiene más agallas que todos nosotros juntos... y acaba de demostrar que puede hacer lo que se le cante, y fusionar estilos de una manera alucinante.
LUX no es un disco pop. Tampoco es un experimento fallido ni un capricho de estrella. Es una declaración de principios, un middle finger gigante a todos los que la encasillaron después de Motomami. Y acá viene lo interesante: mientras la industria musical se ahoga en fórmulas seguras y colaboraciones predecibles, Rosalía decide que lo suyo es mezclar a Vivaldi con beats urbanos. ¿Locura? Puede ser. ¿Genialidad? También.
El proceso: tres años de locura productiva
No se hace un disco así de la noche a la mañana. Tres años de laburo, che. Tres años donde seguro más de uno le habrá dicho que se estaba mandando una cagada monumental. Porque claro, cuando tu anterior disco te puso en la cima del mundo, lo lógico sería repetir la fórmula. Pero Rosalía no es de las que juegan a lo seguro.
La mina llamó a Caroline Shaw (compositora grosa donde las haya) y a la Orquesta Sinfónica de Londres. Se puso a estudiar música sacra, vidas de santas, tradiciones nórdicas. Se metió con referencias que van desde el Carmina Burana del siglo XIII hasta Wagner pasando por Mozart. Y todo esto sin perder ese ADN suyo que mezcla flamenco con lo que tenga a mano.
Lo fascinante es que el disco funciona como un espejo de estos tiempos raros que vivimos. En plena era de ansiedad digital y crisis existenciales colectivas, Rosalía se refugia en Dios, en lo espiritual, en algo más grande que ella. No es casual: cuando el mundo se va al carajo, algunos buscan consuelo en Netflix y otros en los réquiems de Mozart.
De qué va todo esto (spoiler: de desamor y trascendencia)
El concepto es sencillo en apariencia: una mina que sufre por amor y encuentra refugio en la fe. Pero la ejecución... ahí está la magia. Porque LUX se divide en cuatro movimientos -como una sinfonía, ¿ven?- y cada uno funciona como un acto de una obra mayor.
"Berghain" abre la cara B y es, directamente, una obra maestra. Arranca con Rosalía perdida en una relación tóxica ("solo un terrón de azúcar"), el coro estalla de bronca, y cuando parece que todo se va al tacho aparece Björk como si fuera la mismísima voz de Dios diciéndote que la única salvación es divina. La voz de Rosalía desaparece, disuelta... como el azúcar. Metáfora brutal.
Las santas aparecen por todos lados: Santa Rosa de Lima en "Reliquia", Santa Olga de Kiev (que era una asesina serial, por cierto) en "De madrugá", Santa Clara y San Francisco de Asís en "Mio Cristo Piange Diamanti". Y sí, hay frases en trece idiomas diferentes -catalán, mandarín, latín, japonés, ucraniano- pero da igual. La voz de Rosalía atraviesa cualquier barrera lingüística como si nada.
La parte técnica te la explico fácil: los arreglos de este disco son una locura hermosa. Las cuerdas de la intro remiten al barroco italiano, en especial al "Invierno" de Vivaldi. La voz operística de Rosalía en algunos temas produce la tristeza de un Réquiem de Mozart. Hay momentos que recuerdan a Max Steiner, el tipo que hacía bandas sonoras en los años 30.
Ojo: no es un disco de música clásica con toques urbanos pegados. Es al revés. Rosalía agarra cada estilo —urban, flamenco, vals, fado, petenera—, le pone piano y cuerdas. La mezcla funciona. "La perla" es un vals paródico sobre superar a un ex. "Memoria" es un fado con Carminho, te parte al medio. "La rumba del perdón" tiene a Sílvia Pérez Cruz y Estrella Morente. Cierra el círculo.
La producción es bestial. Cuidan cada detalle: los labios dorados del Sauvignon Blanc en la portada, el hecho de que "Dios es un stalker" se abrevia DEUS, los pizzicatos que funcionan como guiños. Un disco que regala algo nuevo cada vez que uno escucha. La voz de Rosalía suena virtuosa, poderosa. En "Berghain" o "Mio Cristo Piange Diamanti" muestra un dominio absoluto. Dijeron que su voz es mantequilla; este disco confirma la definición.

Madonna elogió este disco antes de su lanzamiento. Tiene sentido: es lo que ella soñó con Madame X y no concretó. Mirwais, su productor, habló del "fin del imperio angloamericano" en la música. Rosalía le da la razón.
LUX es un salto al vacío sin red. Un disco que te pone en una montaña rusa sonora: pasás del Fórmula 1 al rally, de ahí a la bicicleta, terminás en un camión de cuarenta toneladas. Es largo, sí. Pero es una aventura que vale cada segundo.
Al final, lo que distingue al genio no es la perfección constante. Es hasta dónde llega cuando se lanza. Rosalía acá vuela tan alto que el resto parece talento vulgar. Creas en Dios o no... después de escuchar LUX, los ateos tenemos a Rosalía.