Volvió “Te amo” y volvió esa mezcla tan nuestra de risa con nudo en la garganta. Desde el 2 de abril, todos los miércoles a las 21hs, en el siempre íntimo Teatro El Grito (Costa Rica 5459, CABA), Leo Azamor repone la comedia que el año pasado agotó funciones y comentarios en redes. El director, además, se sube a escena junto con Ariel Gangemi y Luis Gritti para detonar un cóctel de ternura, torpeza masculina y verdades dichas a media voz que la platea recibe como quien escucha una confesión de madrugada.
La trama es engañosamente simple: Valentín y Javier, compañeros de edificio, se cruzan en la escalera de servicio el mismo día en que a Javier se le muere la perra. Ese duelo compartido abre una amistad instantánea y un plan de escape a la costa que promete pescadito frito, cerveza y olvido exprés. Pero la escapada se complica cuando se suma Gino, primo de Valentín, recién divorciado y charlatán profesional. Lo que pintaba como fin de semana de relax muta, escena tras escena, en un viaje capaz de destapar pulsiones, deseos y heridas que ninguno imaginaba exponer.
Azamor entendió que el teatro –sobre todo el off porteño– vive de la cercanía: por eso recurre a escenografía mínima, un puñado de elementos que, combinados con el preciso diseño lumínico de Julián Pinto, alcanzan para sentir la incomodidad del micro de larga distancia o la brisa pegajosa del mar. El vestuario de Lidia Navarro, con guiños kitsch y colores pastel, funciona como una extensión de la psicología de los personajes: remeras ajadas que huelen a fracaso, camisas floreadas que intentan tapar la inseguridad.
El gran mérito, sin embargo, está en la dramaturgia. El texto avanza con naturalidad de charla entre amigos, pero cada tanto suelta pequeñas bombas filosóficas sobre el amor, la memoria y las segundas oportunidades. No hay chistes fáciles: las carcajadas surgen porque cualquiera de nosotros podría haber metido la pata del mismo modo. Ese realismo aparece reforzado por el trabajo de Gangemi, de una vulnerabilidad conmovedora: alcanza con verlo acomodar las cenizas de su perra en un Tupper para que el público oscile entre la risa nerviosa y el llanto contenido.
Gritti, en cambio, aporta la energía disruptiva. Su Gino entra, habla sin filtro y empuja la obra a un tono casi clownesco, sin perder humanidad. El triángulo se completa con el propio Azamor, que maneja los silencios con maestría: sabe cuándo dejar caer la mirada, cuándo frenar la réplica, cuándo tensar el aire hasta que una simple palabra (“te amo”, claro) se vuelva un abismo. Esa química hace que los 80 minutos pasen volando; si hubiera intervalo, sería un pecado.
Técnicamente, el espectáculo confirma que se puede hacer teatro de alto impacto emocional con recursos austeros. El sonido –apenas algunas olas, un tema pop melancólico y el zumbido de un micro– se integra al relato sin subrayar nada. La fotografía y el diseño gráfico de Mariano Campetella completan el universo visual, incluso fuera de la sala: los afiches que invaden Palermo anuncian una obra liviana, y ese contraste con la profundidad que encontraremos adentro genera una grata sorpresa.
No es casual que “Te amo” convoque a público muy diverso: parejas jóvenes, boomers nostalgiosos, estudiantes de actuación y algún que otro cinéfilo curioso. Todos salen comentando la misma sensación: algo se movió. La pieza entretiene –y mucho–, pero al mismo tiempo deja preguntas flotando. ¿Cuánto de lo que deseamos se anima a decir su nombre? ¿Qué lugar ocupa el duelo en nuestra rutina? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a tolerar la incomodidad ajena para evitar enfrentarnos a la propia?
En un panorama teatral saturado de fórmulas probadas, Azamor redobla la apuesta y demuestra que la honestidad todavía es rentable en términos artísticos. “Te amo” es una comedia con corazón, sí, pero sobre todo es un recordatorio de que, cuando el vínculo es genuino, la anécdota más cotidiana puede volverse épica. Vayan, ríanse, conmuevanse y –si se animan– declaren ese “te amo” que tal vez llevan postergando. Porque el teatro, como el amor, sucede ahora o no sucede nunca.