Hay obras que te encuentran en el momento justo. Otras, en cambio, te sacuden sin pedir permiso. "Tengo la urgencia de irme" pertenece a ese segundo grupo. Pablo D'Elía escribió y dirigió esta pieza que funciona como un espejo: te mira de frente, sin concesiones, y te obliga a preguntarte cosas incómodas sobre el amor y la permanencia. Las funciones son los sábados a las 20hs, en el Método Kairós, El Salvador 4530, CABA.
No es una obra más sobre parejas. Es una conversación honesta sobre lo difícil que resulta quedarse cuando todo en vos pide salir corriendo. Y lo hace con una simpleza engañosa, de esas que esconden años de oficio.
La historia (o cómo dos hombres se encuentran en un ascensor y todo cambia)
Martín y Hermes. Dos nombres, dos mundos, un solo dilema: ¿qué hacemos con esto que sentimos? La obra arranca con un encuentro casual en un ascensor —sí, ese lugar claustrofóbico donde nadie mira a nadie— y a partir de ahí se despliega toda una vida en común. Martín tiende a escapar... es de esos que cuando la cosa se pone densa, desaparece. Hermes, al contrario, necesita entender, poner en palabras lo que duele, lo que confunde.
El ascensor no es solo un ascensor. Es el territorio neutral donde ambos pueden —por fin— decirse las verdades que evitaron durante años. Un espacio suspendido entre pisos, entre decisiones, entre el irse y el quedarse. D'Elía construye una narrativa que respira cotidianidad. No hay golpes bajos ni melodrama barato. Acá la tensión nace de lo mínimo: una frase cortada, un silencio que se estira demasiado, una mirada que dice todo lo que las palabras no pueden. Y eso conecta, porque todos hemos estado en ese ascensor alguna vez, literal o metafórico.
La dirección: invisible pero precisa
D'Elía dirige con la sutileza de quien sabe que menos es más. No hay estridencias ni subrayados innecesarios. La obra fluye con naturalidad, como si estuvieras espiando por la ventana de un departamento ajeno. Ese tono conversacional —íntimo, casi doméstico— permite que los temas más complejos (la identidad, el deseo de familia, los miedos heredados) entren sin ruido.
La escenografía de Mariano Salvador Castillo merece una mención aparte. Ese hogar que habitan Martín y Hermes no es un decorado: es un personaje más. Cada objeto cuenta algo. Y el ascensor, ubicado como eje central, funciona como portal entre tiempos narrativos. Ahí está todo: el presente que duele y el pasado que todavía pesa.
Magali Perel resuelve la iluminación con inteligencia. Juega con sombras y atmósferas sin caer en lo obvio. Francesco Piubel, desde la música original, acompaña sin invadir. Todo el equipo técnico parece haber entendido la misma premisa: acá la clave es no estorbar la emoción.
Las actuaciones: química pura
Carlo Argento y Hervé Segata son el corazón de esta historia. Argento tiene una presencia magnética, elegante incluso en los momentos de quiebre. Su Martín es puro movimiento interno, alguien que lucha contra sí mismo en cada escena. Segata, por su parte, le pone una frescura inesperada a Hermes. Hay dualidad en su trabajo: ternura y firmeza, fragilidad y determinación. La química entre ambos no se finge. Se nota en los silencios compartidos, en cómo se miran cuando no hablan, en esa forma de ocupar el espacio que solo tienen las parejas reales (o los grandes actores).
Luna Sciutti y Franco Riedel entran en momentos clave para mostrar versiones más jóvenes de los protagonistas. Y lo hacen con convicción, sin imitar. Aportan capas a la historia, nos muestran de dónde vienen esos miedos, esas heridas que todavía sangran.
La técnica: saltos temporales que funcionan
D'Elía juega con el tiempo sin marearte. La obra va y viene entre el presente y el pasado, pero nunca perdés el hilo. Es más: esos saltos narrativos enriquecen la trama, te permiten entender por qué Martín huye, por qué Hermes insiste, qué pasó en ese primer encuentro que cambió todo.
Sí, hay momentos donde la obra se estira un poco. Sesenta y cinco minutos que a veces pesan, pero nunca tanto como para soltar la atención. El ritmo se sostiene porque las actuaciones te anclan, porque la escritura no hace agua.
Lo político sin panfleto
Acá hay algo que vale la pena destacar. En tiempos donde las historias LGBTQ+ suelen caer en dos extremos —el drama lacrimógeno o la comedia edulcorada— D'Elía elige otra cosa: la honestidad. Esta no es una obra sobre "la lucha gay" ni sobre "el amor prohibido". Es una obra sobre dos tipos que se aman, que quieren formar una familia, que se pelean, que dudan.
La identidad sexual está, claro. Pero no es el centro. El centro es más humano, más universal: ¿cómo hacés para quedarte cuando todo en vos pide huir? ¿Cómo construís algo estable cuando el miedo te paraliza? Esa mirada —simple, directa, sin aspavientos— le da a la obra una relevancia que trasciende etiquetas. Cualquiera puede verse reflejado en Martín o en Hermes. Y eso, en estos tiempos, no es poco.
Para cerrar (con urgencia y sin apuro)
"Tengo la urgencia de irme" deja marca. No porque te golpee con efectismos ni porque busque tu lágrima fácil. Te marca porque habla de cosas reales con palabras reales. Porque D'Elía —dramaturgo, director, observador atento de lo humano— supo armar una pieza donde lo técnico está al servicio de la emoción, no al revés.
Carlo Argento y Hervé Segata te regalan actuaciones que se quedan dando vueltas varios días después. El equipo técnico arma una atmósfera que sostiene sin ahogar. Y en el medio de todo eso hay una pregunta que late como un corazón nervioso: ¿qué pesa más, la urgencia de irse o el miedo a quedarse solo?
Si te gustan las historias que te interpelan sin gritarte, si creés que el teatro puede ser —todavía— un lugar de encuentro honesto, dale una oportunidad a esta obra. Cada sábado en Palermo, en una sala que respira teatro de verdad, D'Elía y su equipo te invitan a subir a ese ascensor. Te aviso: quizás no bajes siendo el mismo.